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Estudian ansiedad por desconfinamiento

La flexibilización de medidas restrictivas implementada frente a la disminución de la propagación del SARS-CoV-2, genera problemas de salud mental por desconfinamiento que son objeto de diferentes estudios científicos.

Las cuarentenas impuestas en los periodos más severos de la crisis, junto a la sensación de encierro, miedo e incertidumbre, provocaron en parte de la población angustia, estrés, depresión, abuso de alcohol y drogas, violencia intrafamiliar, abandono de controles médicos o tratamientos por otras patologías, cambios negativos en la alimentación y horarios de descanso.

Con la disminución de los casos de COVID-19 y la mayor movilidad se presumía que estos cuadros disminuirían, sin embargo, en algunas personas podrían incluso acentuarse. El origen del problema radicaría en el temor a modificar un entorno que, pese a todas las incomodidades, ofrece seguridad, por otro en el cual se mantiene el riesgo de infección. Se trata de un daño colateral de la pandemia y afectaría principalmente a niños, adultos mayores, personal de salud y pacientes hipocondríacos.

En este contexto, construir un instrumento que permita evaluar la ansiedad por desconfinamiento es el objetivo de una investigación que publica la Revista iberoamericana de diagnóstico y evaluación psicológica. “En ciertos niveles la inquietud y miedo a la exposición son respuestas normales de cara a una situación incierta o un peligro patente, pero muchas veces su magnitud supera lo manejable e impacta en la salud mental, calidad de vida y bienestar presente y futuro”, comenta Felipe García Martínez, director del Doctorado en Salud Mental de la Universidad de Concepción (Chile) y uno de los autores del trabajo.

A diferencia de otras investigaciones, se desarrolló una escala para medir específicamente la ansiedad por desconfinamiento, basada en dos dimensiones: evitación del contagio y malestar emocional. “A mayor ansiedad se presentan altos niveles de malestar emocional con efectos como angustia, desagrado, irritabilidad, estrés o problemas para dormir, y menos satisfacción con la vida. Las personas se sienten agobiadas por el encierro y desean salir de la cuarentena, pero a la vez experimentan preocupación o temor anticipados de hacerlo. Esta contradicción potencia los efectos y se generan conductas evitativas”.

– ¿Cuáles son los principales síntomas y signos de alerta?

Los síntomas más relevantes son los dos factores del instrumento: alto malestar emocional ante la posibilidad de salir de la casa, incluyendo ansiedad, angustia, miedo, además de algunas respuestas fisiológicas como sudor, palpitaciones y tensión muscular. En segundo lugar, conductas evitativas como alejarse de las personas, evitar grupos de personas, evitar entrar a lugares cerrados, lo que interfiere en la vida cotidiana.

De acuerdo con el académico, el estudio concluye que es crucial un diagnóstico y abordaje oportunos para disminuir el riesgo de que la condición se cronifique, lo que podría afectar la calidad de vida personal y del entorno más cercano a corto, mediano o largo plazo. “Estas conductas podrían perdurar después de controlada la emergencia y tener otras consecuencias, sobre todo en grupos vulnerables, como el personal de salud”.

– ¿Cómo debe prepararse la sociedad y sistemas sanitarios para enfrentar este problema emergente?

El sistema sanitario y sociedad deben estar preparados para atender a la población en situaciones de salud mental complejas y crónicas, como quienes ya padecieron o estaban en tratamiento de una enfermedad, personas con menos redes de apoyo social y más expuestas a riesgos durante la pandemia. Se debe trabajar en un desconfinamiento gradual y seguro, con apoyo diferencial a quienes presenten dificultades para ello. Los sistemas sanitarios deberían hacer screening de salud mental, consejería y derivación oportuna.

La ansiedad por desconfinamiento también es conocida popularmente como “Síndrome de la cabaña”, denominación cuyo origen se remonta a principios del siglo XX, cuando muchos colonos norteamericanos debían pasar largas temporadas invernales en lugares inhóspitos, dentro de sus refugios, para no exponerse a amenazas como una tormenta o animales salvajes, experimentando síntomas depresivos, ansiedad, aburrimiento y posterior miedo a salir, pese a una relativa certeza de que el peligro ya había pasado. Es un término reciente, sin embargo, el cuadro ya ha sido advertido en pandemias anteriores, hospitalizados, reos e incluso en hombres o mujeres víctimas de secuestro. También se describió como “locura de pradera” o “locura de montaña”, expresiones coloquiales para referirse a un problema emergente.

Revista Iberoamericana de Diagnóstico y Evaluación – e Avaliação Psicológica. RIDEP · Nº60 · Vol.3 · 145-156 · 2021